Fatum, o el
esperable destino de la buena literatura
Son
distintas las realidades configuradas por obra de la prosa de Guerra; entre
ellas, las de la amistad y el amor, pero no siempre con desarrollos y finales
felices. El narrador deja constancia así, entrado ya en la mediana edad, de
aquellos rituales alrededor de la camaradería que, si bien se conservan, asumen
formas inesperadas o han disminuido su poder aglutinante. Eso ocurre sobre todo
con Felipe, entrañable relato que nos
conduce con sana resignación por los avatares de la amistad. Así, en el inicio
se nos advierte: “Ya nada es como antes. Atrás quedó aquella época de la
universidad cuando andábamos juntos de arriba para abajo emborrachándonos
—conforme lo recomienda Baudelaire—
sin tregua, inevitablemente encontrándonos en algún recoveco de la noche con
los versos de Eliot y Ezra Pound”. En una historia conocida para los que hemos
llegado a cierta edad, lo que viene después son las idas y vueltas alrededor de
los afectos amicales, útiles para consolar entre unas cervezas al buen Felipe
de un lejano apego amoroso y también para ir tras su rastro cuando la distancia
amenaza la fortaleza de sus relaciones. Al final, quedan las promesas y buenas
intenciones, no siempre cumplidas.
Por fortuna, hay más aproximaciones
a la amistad en clave masculina y todos los hábitos que le son propios; por
ejemplo, yendo tras la ruta de “El loco Stalin” o reencontrándonos con
“Porfirio Santos”. En cuanto al compañero de nombre tan políticamente
altisonante, un inquietante y unilateral encuentro recupera al camarada en una
circunstancia corriente en un ómnibus urbano, pero llevada a un extremo que
nimba al encuentro de un aura singular. En cuanto a Porfirio, el anuncio de su
visita después de tiempo sin verse es motivo para hacer un recuento de sus
días, como una suerte de preparación para una experiencia decepcionantemente
escatológica. La amistad tiene también esas cosas.
En cuanto al amor, las páginas de Fatum ofrecen también, en más de un
cuento, sus aristas menos gratas, como para poner las cosas en su lugar y
terminar por aceptar su esquinada complejidad. En “Te voy a contar una
historia”, mientras el narrador se entrega a un viaje por asuntos de su
actividad artística, surge la oportunidad de someterse a un par de ceremonias
esotéricas: la primera lo deja tan acongojado que se somete a una segunda, cuyo
equívoco pronóstico, con todo, lo decide a la acción.
Páginas después, en “Despedida”, una
pareja tiene un farragoso encuentro preamatorio que es más un ajuste de
cuentas, el que prepara una experiencia sexual intensa que quizá esta vez sí
sea una despedida, pero nunca estaremos seguros, tanto los que algunas veces
hemos amado como los que esperamos que la literatura nos entregue algunas
certezas. Igual ocurre con la historia de “Abrazando el viejo árbol”, de
temática amatoria también y en clave surrealista, pues una despedida vuelve a
ser el móvil de los sucesos hasta que se rompen los diques del realismo y la
amada se transfigura, pero el amor se propone seguir siendo el mismo. Uno solo
puede desear que haya fortuna para los amantes que quieran seguirlo intentando.
Más allá de los desencuentros
amoroso y amical, Fatum tiene más
tela para cortar alrededor de otras temáticas; el aparente extravío onírico es
una de ellas, cuyo abordaje evidencia el oficio e imaginación de Guerra para
dar expresión a sus fijaciones como creador de muy diversas maneras, siempre
con la misma eficacia alrededor de tres vertientes. En “Alas”, en búsqueda de
equilibrio entre los registros real y fantástico, explora en sus fronteras con
tal convicción que a través de este artificio la literatura se atreve a echar
luces en las entrañas de la demencia; es decir, luego de que los primeros
párrafos nos convencen de que vuelve a tomar forma el mito del hombre alado,
nos topamos con su alienada relatividad, para volver sobre el final al momento
definitivo en el que todas las aves deben demostrar que, si lo son, están
hechas para volar.
En la dirección contraria, “La casa de mi
vecina” nos conduce por los meandros de una casa tan próxima a nosotros como puede
serlo la de cualquiera de nuestro barrio, pero su descubrimiento es perturbador
y a la postre aterrador y en el límite de lo racional. No sabemos si eso
ocurrirá cuando nos atrevamos algún día a hacer lo mismo, pero queda claro que
una cosa es lo que vemos y otra la que sabemos a ciencia cierta el prójimo,
sobre todo nuestros vecinos, literalmente, nuestros perturbadores próximos.
Poco después, Guerra opta por conducirnos más
lejos en la exploración de su universo, pero más cerca de conocernos mejor mediante
las experiencias oníricas. “Muy juntos” es así un recuento de eventos y
movimientos que podrían ser llamados absurdos, pero no lo son para cualquiera
que recuerda la lógica contradictoria que tienen muchos de nuestros sueños. Lo
mismo puede decirse de “Robótica”, donde confluyen, además del delirio onírico,
el desencuentro amoroso, así sea con un ex, que todo es posible en los sueños,
como haber estado sin saberlo con una mujer robótica cuando fue nuestra.
Algunos sueños son, lo sabemos a despecho del racionalismo, muy reveladores.
Y dando un paso más allá, en “Coma diabético”,
su personaje, aquejado súbitamente por el mal del título, ingresa en otro orden
de cosas, uno en el que el médico no hace su trabajo, un hermano nos salva la
vida a fuerza de voluntad y al final nos hacemos practicantes de las artes de
desdoblamiento. Roguemos nomás que tales fantasías, si llegan a agobiarnos, no
sean la antesala de mayores y definitivos extravíos.
Y yendo un poco más lejos todavía, “Qué linda
flor, qué bella flor” nos enfrenta a los desvaríos de las pesadillas cuando se
tornan tan aterradoras que obligan al durmiente a decirse: “Esto tiene que ser
un sueño”. Sin embargo, lo que viene después quizá no nos otorgue la esperada
tranquilidad.
Pero lo hasta aquí reseñado no agota la riqueza
de Fatum, pues desarrolla con brillo
la vertiente típicamente realista en dos grupos de cuentos, ofreciéndonos el
que da nombre al volumen, “Detectives de oficina” y “Soldado Universal”,
historias de singular brillo que se permiten coquetear con el costumbrismo sin
reducirse a él, un logro de la destreza en el arte narrativo de Guerra. De
todas estas maneras, tenemos a un hombre que encuentra su destino luego de una
súbita iluminación, a un gerente de provincias en apuros por una auditoría que
encontrará lo que busca, pero con una sorpresa final, y a un licenciado de las
fuerzas armadas que, urgido por la necesidad en una sociedad que olvida a sus
combatientes, deberá volver a tomar las armas.
El segundo grupo de cuentos ya referido cierra
el volumen con brillo e identidad propias para ofrecer con trazo fino los
matices, contrastes y colores del ámbito rural. “El viejo”, “Niño de Praga” y
“Relato del posadero” indagan así, respectivamente, en los vericuetos no
siempre seguros del amor, los misterios acerca de las muertes precoces y la
constancia de los actos que son impulsados por la sed de venganza, al punto que
esta puede entregarse a la autodestrucción con aliento a cañazo y filo de
machetes bajo las estrellas.
***
Quizá
lo más atractivo de opinar sobre un libro de cuentos esté en amalgamar desde su
lectura su aparente dispersión con los insumos de un estilo, una sensibilidad,
acaso una visión del mundo. A diferencia de la novela, guiada por una obvia
unidad de propósito, las colecciones de cuentos ofrecen su todo desde una
mirada caleidoscópica que se completa solamente cuando acabamos con el último
relato del volumen.
Si a todo esto le añadimos que este
libro se llama Fatum, palabra latina
para “destino, fatalidad”, pronto arribaremos a la idea de que el narrador tras
estos cuentos nos convoca como una coartada para aceptar lo inevitable por la
vía de la literatura. Esta ineluctabilidad de fondo se manifiesta de las varias
y diversas maneras que aquí he reseñado. El telón de fondo es una aproximación
a lo humano como Guerra lo entiende, lograda por medio de una prosa no solo
eficaz, sino además eficiente, dicho esto teniendo en cuenta que escribir bien
no alcanza para expresar la complejidad de un escritor y sus obsesiones. Ese
plus necesario para hacer un libro y construir así luego una obra es algo
logrado con énfasis y brillo por nuestro autor, que permanece así fiel a su fatum, cumplido ya, de escritor.
Lima, 14 de julio de 2022