Monday, July 18, 2022

Fatum, o el esperable destino de la buena literatura

 


Fatum, o el esperable destino de la buena literatura

        Son distintas las realidades configuradas por obra de la prosa de Guerra; entre ellas, las de la amistad y el amor, pero no siempre con desarrollos y finales felices. El narrador deja constancia así, entrado ya en la mediana edad, de aquellos rituales alrededor de la camaradería que, si bien se conservan, asumen formas inesperadas o han disminuido su poder aglutinante. Eso ocurre sobre todo con Felipe, entrañable relato que nos conduce con sana resignación por los avatares de la amistad. Así, en el inicio se nos advierte: “Ya nada es como antes. Atrás quedó aquella época de la universidad cuando andábamos juntos de arriba para abajo emborrachándonos —conforme lo recomienda Baudelaire— sin tregua, inevitablemente encontrándonos en algún recoveco de la noche con los versos de Eliot y Ezra Pound”. En una historia conocida para los que hemos llegado a cierta edad, lo que viene después son las idas y vueltas alrededor de los afectos amicales, útiles para consolar entre unas cervezas al buen Felipe de un lejano apego amoroso y también para ir tras su rastro cuando la distancia amenaza la fortaleza de sus relaciones. Al final, quedan las promesas y buenas intenciones, no siempre cumplidas.

            Por fortuna, hay más aproximaciones a la amistad en clave masculina y todos los hábitos que le son propios; por ejemplo, yendo tras la ruta de “El loco Stalin” o reencontrándonos con “Porfirio Santos”. En cuanto al compañero de nombre tan políticamente altisonante, un inquietante y unilateral encuentro recupera al camarada en una circunstancia corriente en un ómnibus urbano, pero llevada a un extremo que nimba al encuentro de un aura singular. En cuanto a Porfirio, el anuncio de su visita después de tiempo sin verse es motivo para hacer un recuento de sus días, como una suerte de preparación para una experiencia decepcionantemente escatológica. La amistad tiene también esas cosas.

            En cuanto al amor, las páginas de Fatum ofrecen también, en más de un cuento, sus aristas menos gratas, como para poner las cosas en su lugar y terminar por aceptar su esquinada complejidad. En “Te voy a contar una historia”, mientras el narrador se entrega a un viaje por asuntos de su actividad artística, surge la oportunidad de someterse a un par de ceremonias esotéricas: la primera lo deja tan acongojado que se somete a una segunda, cuyo equívoco pronóstico, con todo, lo decide a la acción.

            Páginas después, en “Despedida”, una pareja tiene un farragoso encuentro preamatorio que es más un ajuste de cuentas, el que prepara una experiencia sexual intensa que quizá esta vez sí sea una despedida, pero nunca estaremos seguros, tanto los que algunas veces hemos amado como los que esperamos que la literatura nos entregue algunas certezas. Igual ocurre con la historia de “Abrazando el viejo árbol”, de temática amatoria también y en clave surrealista, pues una despedida vuelve a ser el móvil de los sucesos hasta que se rompen los diques del realismo y la amada se transfigura, pero el amor se propone seguir siendo el mismo. Uno solo puede desear que haya fortuna para los amantes que quieran seguirlo intentando.

            Más allá de los desencuentros amoroso y amical, Fatum tiene más tela para cortar alrededor de otras temáticas; el aparente extravío onírico es una de ellas, cuyo abordaje evidencia el oficio e imaginación de Guerra para dar expresión a sus fijaciones como creador de muy diversas maneras, siempre con la misma eficacia alrededor de tres vertientes. En “Alas”, en búsqueda de equilibrio entre los registros real y fantástico, explora en sus fronteras con tal convicción que a través de este artificio la literatura se atreve a echar luces en las entrañas de la demencia; es decir, luego de que los primeros párrafos nos convencen de que vuelve a tomar forma el mito del hombre alado, nos topamos con su alienada relatividad, para volver sobre el final al momento definitivo en el que todas las aves deben demostrar que, si lo son, están hechas para volar.

En la dirección contraria, “La casa de mi vecina” nos conduce por los meandros de una casa tan próxima a nosotros como puede serlo la de cualquiera de nuestro barrio, pero su descubrimiento es perturbador y a la postre aterrador y en el límite de lo racional. No sabemos si eso ocurrirá cuando nos atrevamos algún día a hacer lo mismo, pero queda claro que una cosa es lo que vemos y otra la que sabemos a ciencia cierta el prójimo, sobre todo nuestros vecinos, literalmente, nuestros perturbadores próximos.

Poco después, Guerra opta por conducirnos más lejos en la exploración de su universo, pero más cerca de conocernos mejor mediante las experiencias oníricas. “Muy juntos” es así un recuento de eventos y movimientos que podrían ser llamados absurdos, pero no lo son para cualquiera que recuerda la lógica contradictoria que tienen muchos de nuestros sueños. Lo mismo puede decirse de “Robótica”, donde confluyen, además del delirio onírico, el desencuentro amoroso, así sea con un ex, que todo es posible en los sueños, como haber estado sin saberlo con una mujer robótica cuando fue nuestra. Algunos sueños son, lo sabemos a despecho del racionalismo, muy reveladores.

Y dando un paso más allá, en “Coma diabético”, su personaje, aquejado súbitamente por el mal del título, ingresa en otro orden de cosas, uno en el que el médico no hace su trabajo, un hermano nos salva la vida a fuerza de voluntad y al final nos hacemos practicantes de las artes de desdoblamiento. Roguemos nomás que tales fantasías, si llegan a agobiarnos, no sean la antesala de mayores y definitivos extravíos.

Y yendo un poco más lejos todavía, “Qué linda flor, qué bella flor” nos enfrenta a los desvaríos de las pesadillas cuando se tornan tan aterradoras que obligan al durmiente a decirse: “Esto tiene que ser un sueño”. Sin embargo, lo que viene después quizá no nos otorgue la esperada tranquilidad.

Pero lo hasta aquí reseñado no agota la riqueza de Fatum, pues desarrolla con brillo la vertiente típicamente realista en dos grupos de cuentos, ofreciéndonos el que da nombre al volumen, “Detectives de oficina” y “Soldado Universal”, historias de singular brillo que se permiten coquetear con el costumbrismo sin reducirse a él, un logro de la destreza en el arte narrativo de Guerra. De todas estas maneras, tenemos a un hombre que encuentra su destino luego de una súbita iluminación, a un gerente de provincias en apuros por una auditoría que encontrará lo que busca, pero con una sorpresa final, y a un licenciado de las fuerzas armadas que, urgido por la necesidad en una sociedad que olvida a sus combatientes, deberá volver a tomar las armas.

El segundo grupo de cuentos ya referido cierra el volumen con brillo e identidad propias para ofrecer con trazo fino los matices, contrastes y colores del ámbito rural. “El viejo”, “Niño de Praga” y “Relato del posadero” indagan así, respectivamente, en los vericuetos no siempre seguros del amor, los misterios acerca de las muertes precoces y la constancia de los actos que son impulsados por la sed de venganza, al punto que esta puede entregarse a la autodestrucción con aliento a cañazo y filo de machetes bajo las estrellas.

 

***

 

        Quizá lo más atractivo de opinar sobre un libro de cuentos esté en amalgamar desde su lectura su aparente dispersión con los insumos de un estilo, una sensibilidad, acaso una visión del mundo. A diferencia de la novela, guiada por una obvia unidad de propósito, las colecciones de cuentos ofrecen su todo desde una mirada caleidoscópica que se completa solamente cuando acabamos con el último relato del volumen.

            Si a todo esto le añadimos que este libro se llama Fatum, palabra latina para “destino, fatalidad”, pronto arribaremos a la idea de que el narrador tras estos cuentos nos convoca como una coartada para aceptar lo inevitable por la vía de la literatura. Esta ineluctabilidad de fondo se manifiesta de las varias y diversas maneras que aquí he reseñado. El telón de fondo es una aproximación a lo humano como Guerra lo entiende, lograda por medio de una prosa no solo eficaz, sino además eficiente, dicho esto teniendo en cuenta que escribir bien no alcanza para expresar la complejidad de un escritor y sus obsesiones. Ese plus necesario para hacer un libro y construir así luego una obra es algo logrado con énfasis y brillo por nuestro autor, que permanece así fiel a su fatum, cumplido ya, de escritor.


Lima, 14 de julio de 2022

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