Era tiempo de retornar, de comprobar si el uniforme escolar le quedaba aún, si la falda estaba muy alta para la exigente moral de su escuela o si los zapatos milagrosamente habían crecido junto con el largo de sus pies.
Salió a ver la playa, para despedirse del muelle que le sirviera de confidente cuando el chico que le gustaba le partiera el corazón al decirle que no, sin saberlo, en un atardecer de verano, cuando el sol enorme y naranja, hundiéndose tras el horizonte , la animó a decir “es increíble que sea una estrella, ¿no te parece maravilloso ?, y él tan hermoso como torpe respondió“ ¿y qué? ”.
No fue el único verano que habría de recordar, pero si aquel en el que descubrió que él debía también amar las estrellas.
Lima, 3 de marzo de 2015
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