Thursday, June 25, 2020

Finitud

Tenía un año y medio cuando vencí a la muerte. No recuerdo cómo fue; es algo que me contaron. Carlota, mi hermana mayor, aprendió una expresión extraña para una niña, “catéter de flebotomía”, cuando acompañó en medio de la noche a mi padre a la farmacia.

No quedó huella física de esa experiencia, excepto la cicatriz del catéter que introdujeron a la altura de mi tobillo. Y digo física porque una cicatriz de otra índole sí que me marcó. Ahora que desde el encierro veo la muerte como una posibilidad tan próxima, recuerdo que a muy temprana edad fui consciente de mi existencia.

Tenía siete años cuando me pregunté dónde estuvieron antes de que yo naciera  mis padres, tíos, abuela, mi maestra y mis hermanas. Llegué incluso a pensar que habían creado el mundo solo para mí. Mi madre notó por esos días que cuando me echaba champú yo no cerraba los ojos. Por más que me lo pedía yo persistía en tenerlos abiertos, no fuera a ser que si bajaba apareciera en otro lugar y tiempo, al lado de desconocidos.

Tuve cuadros de ansiedad cuando me separaba de mi casa. Ir a la escuela era algo tan agobiante que lloraba en silencio en mi carpeta. Mi maestra se dio cuenta, mis padres también, pero fue ella la que me colocó en la lista de niñas que debían participar de la intervención psicológica que un grupo de terapeutas haría en mi escuela.

La psicóloga que me tocó no era tan joven como las otras; tendría la edad de mi madre. Me dio confianza y seguridad esa coincidencia.. Después de una conversación inicial, me pidió que describiera lo que veía en la mesa. Enumeré su lapicero, los papeles, la caja de colores, todo. Cuando terminé, me preguntó si no faltaba algo. Volví a repasar, le dije que no. “¿Y los microbios y bacterias?”, me preguntó. Le expliqué que estaban ahí, pero “como no soy un microscopio no puedo verlos”, respondí. “Eso mismo”, me dijo, “no puedes verlos porque tus sentidos son limitados; tu vista no es un microscopio, y por ello no los ves, pero están ahí. Hay cosas que no puedes ver, pero eso no quiere decir que no existan”. Sentí un gran alivio.

Con los años, comprendí que era finita, que un día no estaría; también aprendí que no solo debía arreglarme con el alcance de mis sentidos, sino estar alerta a las limitaciones que nos impone siempre tratar de entender otras realidades.

¿Qué dejamos de ver?, ¿qué fue aquello que metimos debajo de la alfombra porque nos incomodaba?, me preguntaba antes e estar encerrada porque un letal virus nos muestra nuestra radical vulnerabilidad?

Sabemos la respuesta: desigualdad en su forma más brutal, exclusión y un desprecio hedonista por todo aquello que reduzca nuestros goces desde el lugar privilegiado que ocupamos.

Tal vez tuvimos que estar cercados por la muerte para comprender que debemos hacer grandes transformaciones. Si muero, solo deseo que nadie tengan miedo de compartirlo todo

Lima, 22 de abril de 2020

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